EL Wub Permanece Más Allá

Este fue el primer relato que traducimos para Mamut. Más allá de la trama, nos atrapó sobre todo la idea de la subversión de la norma, un recurso típico de la ciencia ficción estadounidense de los años cincuenta; pensemos por ejemplo en «The Monsters» de Robert Sheckley o «The sentinel» de Fredric Brown. Aquí, el extrañamiento consiguiente a la subversión no se obtiene tanto por un cambio de punto de vista cuanto por la naturaleza misma de los protagonistas… pero no vamos a hacer spoilers

Por Philip K. Dick
Publicado originalmente en Planet Stories, julio, 1952
Traducción: Raul Ciannella (a partir del texto original publicado en Project Gutemberg)
Revisión: Maria Antònia Martí Escayol
Ilustración original: Heman Vestal

 

 

«El desaliñado WUB podría haber dicho: Muchos hombres hablan como filósofos y viven como tontos.»

 

Casi habían acabado de cargar. Afuera estaba plantado el Optus con los brazos cruzados y la cara abatida y hundida. El capitán Franco caminó pausadamente bajo la pasarela, sonriente.

“¿Qué pasa?” preguntó. “Cobras para esto.”

El Optus no contestó. Se dio la vuelta, recogiendo su manto. El capitán le retuvo pisando el dobladillo con la bota.

“Espera un momento. No te vayas. No he terminado.”

“¿Eh?” El Optus se dio la vuelta con dignidad. “Regreso a la aldea”, dijo mientras miraba los animales y los pájaros conducidos encima de la pasarela hacia la nave espacial “Debo organizar nuevas cacerías.”

Franco encendió un cigarrillo. “¿Por qué no? Vosotros podéis salir al campo y rastrearlo todo de nuevo. Pero nosotros nos quedaremos sin nada entre Marte y la Tierra…”

El Optus se fue, sin mediar palabra. Franco alcanzó el primer piloto al final de la pasarela.

“¿Qué tal lo llevas?” preguntó. Miró su reloj. “Hicimos un buen negocio aquí.”

El compañero le echó una mirada amarga. “¿Cómo te explicas esto?”

“¿Qué te pasa? Lo necesitamos más que ellos.»

“Nos vemos después, capitán.” El compañero subió a la pasarela, abriéndose camino entre los pájaros zancudos marcianos, y entró en la nave. Franco lo miró mientras desaparecía. Estaba a punto de seguirle por el tablón que conducía al interior de la nave, cuando lo vio.

“¡Dios mío!” Se quedó mirándolo fijamente, con las manos en las caderas. Peterson andaba con la cara enrojecida, arrastrándole con una cuerda.

“Perdón, capitán” dijo, tirando de la cuerda. Franco se le acercó.

“¿Qué es esto?”

El wub se paró, flácido, con su gran cuerpo posándose lentamente. Se sentó con los  ojos entreabiertos. Algunas moscas zumbaron sobre su flanco, y meneó la cola.

Se sentó. Se hizo el silencio.

“Es un wub,” dijo Peterson. “Lo conseguí de un nativo por cincuenta centavos. Dijo que era un animal poco común. Muy respetado.”

“¿Éste?” Franco hincó el dedo en el costado del wub. “¡Es un cerdo! ¡Un gran cerdo sucio!”

“Sí señor, un cerdo. Los nativos lo llaman wub.”

“Un gran cerdo. Debe pesar cuatrocientas libras.” Franco agarró un mechón de su pelo áspero. El wub jadeó. Sus ojos se abrieron, eran pequeños y húmedos. Entonces su enorme boca se contrajo.

Una lágrima corrió por la mejilla del wub y salpicó el suelo.

“Quizás es comestible” dijo Peterson nervioso.

“Pronto lo descubriremos”, dijo Franco.

 

El wub sobrevivió al despegue dormido profundamente en la bodega de la nave. En cuanto estuvieron en el espacio y mientras todo discurría plácidamente, el capitán Franco ordenó a sus hombres que le trajesen el wub para poder averiguar qué clase de bestia era.

El wub gruñó y resopló, mientras lo arrastraban por el pasillo.

“Muévete”, Jones rechinó, tirando de la cuerda. El wub se retorció, frotando su piel contra las paredes de cromo liso. Irrumpió en la sala, cayendo con todo su peso. Los hombres se sobresaltaron.

“Dios mío”, dijo French. “¿Qué es esto?”

“Peterson dice que es un wub”, respondió Jones. “Le pertenece.” Y le dio una patada. El wub se levantó inestablemente, jadeando.

“¿Qué le pasa?» French se acercó. “¿Se está mareando?”

Le miraron. El wub alzó sus ojos con tristeza. Miró a los hombres.

“Pienso que tiene sed”, dijo Peterson y fue a por un poco de agua. French sacudió la cabeza.

“No me sorprende que tuviéramos tantos problemas al despegar. Tuve que reajustar todos mis cálculos de lastre.”

Peterson regresó con agua. El wub comenzó a beber a lengüetazos, salpicando a los hombres.

El capitán Franco apareció en la puerta.

“Echémosle un vistazo.” Se le acercó escudriñándole críticamente. “¿Lo conseguiste por cincuenta centavos?”

“Sí, capitán,” dijo Peterson. “Come casi cualquier cosa. Lo alimenté con grano y le gustó. Y luego patatas, puré, las sobras de la mesa y leche. Parece gozar comiendo. Después de comer se acuesta y se duerme.”

“Ya veo,” dijo el Capitán Franco. “Y respecto a su sabor, esta es la cuestión importante. No creo que sea necesario engordarle más. Me parece ya bastante gordo. ¿Dónde está el cocinero? Lo quiero aquí. Quiero saber…”

El wub dejó de beber y miró al capitán.

“De verdad, capitán,” dijo el wub. “Sugiero que tratemos otros temas.”

La sala quedó en silencio.

“¿Quién ha hablado?” preguntó Franco.

“El wub, señor” Peterson dijo. “Habló.”

Todos miraron el wub.

“¿Qué dijo? ¿Qué dijo?”

“Sugiere que hablemos de otras cosas.”

Franco se acercó al wub. Lo rodeó examinándolo por todos los lados. Luego volvió con los hombres.

“Me pregunto si hay un nativo dentro de él” dijo pensativo. “Quizás deberíamos abrirlo y echarle un vistazo.”

“!Oh, cielos!” gritó el wub. “¿Eso es todo en lo que pensáis? ¿Matar y cortar?”

Franco apretó sus puños. “¡Sal de ahí!, ¡Quienquiera que seas, sal de ahí!”

Nada se movió. Los hombres estaban estupefactos, pálidos, mirando fijamente al wub. El wub agitó su cola. Y repentinamente eructó.

“Perdón,” dijo el wub.

“No creo que haya nadie allí dentro,” dijo Jones en voz baja. Se miraron el uno al otro.

El cocinero entró.

“¿Me ha llamado, capitán?” dijo. “¿Qué es esta cosa?”

“Esto es un wub,” dijo Franco. “Nos lo vamos a comer. Podrías medirlo y calcular…”

“Creo que deberíamos hablar,” dijo el wub. “Quisiera discutir esto con usted, capitán, si puedo. Comprendo que usted y yo no convenimos en algunas cuestiones básicas.”

El capitán se tomó mucho tiempo antes de contestar. El wub esperó amablemente, secándose el agua de las mandíbulas.

“Ven a mi despacho,” dijo el capitán finalmente. Dio media vuelta y salió. El wub se levantó y lo siguió. Los hombres lo miraron salir. Lo oyeron subir las escaleras.

“Me pregunto qué va a ocurrir ahora” dijo el cocinero. “Bueno, estaré en la cocina. Avisadme en cuanto sepáis algo.”

“Claro,” dijo Jones. “Claro.”

El wub se acomodó en la esquina con un suspiro. “Usted debe perdonarme,” dijo. “Me temo que soy adicto a varias formas de relajación. Cuando uno es tan ancho como yo…”

El capitán asintió impacientemente. Se sentó en su escritorio y con las manos entrelazadas dijo “Pues bien. Empecemos. Tú eres un wub, ¿Correcto?”

El wub se encogió de hombros. “Supongo que sí. Nos llaman así, los nativos quiero decir. Nosotros tenemos nuestro propio término.”

“¿Y hablas inglés? ¿Has estado en contacto con terrícolas antes?”

“No.”

“Entonces ¿Cómo lo haces?”

“¿Hablar inglés? ¿Estoy hablando inglés? No soy consciente de hablar nada en particular. Examiné su mente”

“¿Mi mente?”

“Estudié los contenidos, especialmente el almacén semántico, como yo lo denomino…”

“Ya veo,” dijo el capitán. “Telepatía. Por supuesto.”

“Somos una raza muy antigua” dijo el wub. “Muy antigua y muy oronda. Para nosotros es difícil moverse. Usted puede apreciar que cualquier cosa tan lenta y pesada está a merced de formas de vida más ágiles. No tenía sentido confiar en nuestras defensas físicas. ¿Cómo podríamos ganar? Demasiado gordos para correr, demasiado blandos para luchar, demasiado bonachones para cazar”

“¿De qué os alimentáis?”

“Plantas. Verduras. Podemos comer casi de todo. Somos muy pacíficos. Tolerantes, eclécticos, tranquilos. Vivimos y dejamos vivir. Así es como hemos conseguido seguir adelante.”

El wub observó al capitán.

“Y esta es la razón por la cual me opuse con tal vehemencia al asunto de ser hervido. Puedo ver la imagen en su mente… La mayor parte de mí en el congelador, algo de mí en la olla, un pedacito para su gato…”

“Así que tú lees las mentes?” dijo el capitán. “Interesante. ¿Algo más? Quiero decir ¿Algo más de ese tipo que puedas hacer?“

“Alguna cosita más” dijo el wub ausente, mirando a su alrededor. “Un apartamento agradable tiene usted, capitán. Lo mantiene bastante pulcro. Yo respeto a las formas de vida organizadas. Algunos pájaros marcianos son absolutamente pulcros, tiran la suciedad fuera de sus nidos y los barren…”

“No me digas.” El capitán asintió. “Pero volviendo de nuevo al problema…”

“En efecto. Usted habló de cenarme. El sabor, según me han dicho, es bueno. Un poco graso, pero tierno. No obstante ¿Cómo pueden establecerse contactos duraderos entre su gente y la mía si recurren a estas actitudes tan bárbaras? ¿Comerme? Usted debería más bien discutir conmigo de otras cuestiones, de filosofía, de arte…”

El capitán se levantó. “Filosofía. Quizás te interese saber que tendremos un apuro si no encontramos comida para el mes próximo. Un fortuito desperdicio…”

“Lo sé.” El wub asintió. “Pero ¿No estaría más acorde con sus principios democráticos echarlo a suertes, o algo por el estilo? Después de todo, la democracia es proteger a las minorías precisamente contra tales infracciones. Ahora bien, si cada uno de nosotros emite un voto…”

El capitán se fue hacia la puerta.

“¡Vete al infierno!” dijo. Abrió la puerta. Abrió su boca.

Se quedó paralizado y con la boca abierta con los ojos fijos y los dedos todavía en el pomo.

El wub lo miró. En seguida salió de la habitación rozando el capitán. Bajó a la sala, ensimismado en sus pensamientos.

 

La habitación estaba en silencio.

“Ya ve” dijo el wub, “tenemos mitos en común. Sus mentes contienen muchos símbolos míticos familiares. Ishtar, Ulises…”

Peterson estaba sentado en silencio, con los ojos fijos en el suelo. Acercó su silla.

“Continúe,” dijo. “Continúe, por favor.”

“Encuentro Ulises una figura común en la mitología de la mayoría de las razas con consciencia propia. Por como lo interpreto, Ulises vaga como individuo, consciente de sí mismo como tal. Ésta es la idea de la separación, de la separación de la familia y del país. Es el proceso de individuación.”

“Pero Ulises regresa a su hogar.” Peterson miró por la ventana de babor, donde las estrellas, las estrellas infinitas, ardían intensamente en el universo vacío. “Finalmente vuelve a su hogar.”

“Como necesitan todas las criaturas. El momento de la separación es transitorio, es un breve viaje del alma. Empieza y termina. El viajero regresa a la tierra y a la raza….”

La puerta se abrió. El wub se detuvo y giró su gran cabeza.

El Capitán Franco entró en la habitación con los hombres detrás de él. Todos vacilaron en la puerta.

“¿Estás bien?”, dijo French.

“Quién ¿Yo?”, preguntó Peterson sorprendido. “¿Por qué yo?”

Franco bajó su arma. “Ven aquí,” dijo a Peterson. “Levántate y ven aquí.”

Se hizo el silencio.

“Ve” dijo el wub. “No importa.”

Peterson se levantó. “¿Por qué?”

“Es una orden.”

Peterson caminó hacia la puerta. French le agarró del brazo.

“¿Qué está pasando?”, dijo Peterson soltándose. “¿Qué os pasa?»

El Capitán Franco se dirigió hacia el wub. El wub le miró desde su posición en la esquina, aplastado contra la pared.

“Es interesante” dijo el wub, “que usted esté obsesionado con la idea de comerme. Me pregunto por qué.”

“Levántate” le ordenó Franco.

“Si así lo desea.” El wub se levantó, gruñendo. “Sea paciente. Es difícil para mí.” Se levantó jadeando, con la lengua colgante.

“Dispárale ahora” dijo French.

“¡Por el amor de Dios!” exclamó Peterson. Jones se volvió hacia él rápidamente con los ojos nublados por el miedo.

“Tú no le has visto… como una estatua, paralizado allí, su boca abierta. Si no hubiéramos bajado estaría allí todavía.”

“¿Quién? ¿El capitán?” Peterson miró a su alrededor “Pero está bien ahora.”

Miraron el wub, plantado en el medio de la habitación con su gran pecho subiendo y bajando.

“Venga” dijo Franco. “Apartaos.”

Los hombres se situaron al lado de la puerta.

“Estáis bastante asustados ¿No es así?” dijo el wub. “¿Os hice algún mal? Soy contrario a la idea de hacer daño. Todo lo que hice fue intentar protegerme. ¿Pensáis que me lanzo a la muerte con entusiasmo? Soy un ser sensible como vosotros, solo quería observar vuestra nave y aprender sobre vosotros. Sugerí al nativo…”

El arma dio una sacudida.

“Lo veis,” dijo Franco. “Lo sabía.”

El wub se sentó, jadeando. Sacó una pata y se rodeó con la cola.

“Hace mucho calor,” dijo el wub. “Entiendo que estamos cerca de los reactores. Energía atómica. Habéis hecho muchas cosas maravillosas con ella… técnicamente. Al parecer, vuestra jerarquía científica no está equipada para solucionar problemas morales, éticos…”

Franco miró a los hombres, apretujados detrás de él, boquiabiertos, silenciosos.

“Yo lo haré. Podéis mirar.”

French asintió. “Intenta apuntar al cerebro. No es bueno para comer. No le des en el pecho. Si la caja torácica se fractura deberemos sacar fragmentos óseos.”

“Escuchad,” dijo Peterson, humedeciéndose los labios. “¿Ha hecho algo malo? ¿Qué daño ha hecho? Os lo pregunto. Y de todos modos, aún es mío. No tenéis ningún derecho a matarle. No es vuestro.”

Franco levantó su arma.

“Salgo de aquí,” dijo Jones, pálido y mareado. “No quiero verlo.”

“Yo también,” dijo French. Poco a poco salieron los hombres, murmullando. Peterson se quedó en la puerta.

“Estábamos hablando de mitos,” dijo. “Él no haría daño a nadie.”

Y salió.

Franco se acercó al wub. El wub levantó lentamente la mirada. Tragó saliva.

“Es una cosa muy estúpida,” dijo. “Lamento que desee hacerlo. Había una parábola que su Salvador dijo…”

Se detuvo, mirando fijamente el arma.

“¿Puede usted hacerlo mientras me mira a los ojos?” preguntó el wub. “¿Puede usted hacerlo?”

El capitán bajó la mirada. “Puedo mirarte a los ojos,” dijo. “En la granja teníamos cerdos, sucios cerdos Razorback. Puedo hacerlo.”

Mirando fijamente el wub, a sus ojos húmedos y relucientes, apretó el gatillo.

 

El sabor fue excelente.

Estaban tristemente sentados alrededor de la mesa, algunos apenas comían. El único que parecía pasárselo bien era el capitán Franco.

“¿Más?» dijo, mirando alrededor. “¿Más? Y un poco de vino, quizás.”

“Para mí no,” dijo French. “Creo que volveré al cuarto de derrota.”

“Yo tampoco quiero más.” Jones se levantó, empujando su silla hacia atrás. “Hasta luego.”

El capitán los observó yéndose. Algunos de los otros también se excusaron.

“¿Cuál crees que es el problema?” dijo el capitán. Se dirigió a Peterson. Peterson contempló su plato, las patatas, los guisantes verdes, y la loncha gruesa de carne blanda y caliente.

Abrió la boca. No dijo nada.

El capitán puso su mano en el hombro de Peterson.

“Es solo materia orgánica ahora” dijo. “La esencia de la vida se fue.” Comió, rebañó la salsa del plato con un poco de pan. “A mí me encanta comer. Es uno de los placeres de la vida. Comer, descansar, meditar, debatir.”

Peterson asintió. Dos hombres más se levantaron y salieron. El capitán bebió un poco de agua y suspiró.

“Bien,” dijo. “Debo decir que esta fue una comida muy placentera. Todo lo que había oído era verdad… El sabor del wub. Muy delicado. Sin embargo, en el pasado me impidieron de disfrutar de tal placer.”

Se limpió los labios con la servilleta y se reclinó en la silla. Peterson no dejó de mirar la mesa.

El capitán lo observó atentamente. Se inclinó hacia adelante.

“Venga, venga,” dijo. “¡Alégrate! Discutamos cosas.”

Le sonrió.

“Como decía antes de que me interrumpieran, el papel de Ulises en los mitos… ”

Peterson se sobresaltó y abrió los ojos como platos.

“Siguiendo” dijo el capitán. “Ulises, tal y como lo entiendo… ”

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